Si bien la cascada aporta orden y predictibilidad, también presenta debilidades que pueden comprometer el éxito del proyecto. Identificarlas permite anticipar mitigaciones o, incluso, optar por un modelo alternativo cuando el contexto lo exige.
El modelo está diseñado para seguir un plan fijo. Cuando surgen nuevas necesidades, es necesario reabrir fases ya cerradas, actualizar documentos y reprogramar tareas. Este proceso resulta costoso y lento, por lo que la cascada no es adecuada en entornos volátiles o innovadores donde el alcance evoluciona constantemente.
La validación funcional ocurre principalmente en la fase de pruebas, cuando el desarrollo está casi completo. Si se detecta un defecto grave en ese momento, corregirlo implica retroceder varias etapas y rehacer entregables intermedios. Cuanto más tarde se descubre un error, mayor es el costo de repararlo, tal como se describe en estudios clásicos del software development process.
Si la documentación inicial no refleja matices, el producto construido puede diferir de la visión del cliente aunque todos los entregables se hayan aprobado formalmente. Las interacciones esporádicas dificultan corregir la dirección a tiempo. Esta brecha es frecuente cuando los usuarios no están acostumbrados a describir sus procesos con detalle.
El enfoque secuencial pospone la entrega de software ejecutable hasta las últimas fases. Los interesados deben esperar meses para ver un prototipo real, lo que dificulta brindar retroalimentación basada en experiencia y no solo en documentos. Esta situación contrasta con los ciclos iterativos, que promueven entregas incrementales desde el inicio.
Evaluar estas limitaciones es fundamental para decidir si la cascada es la opción adecuada o si conviene adoptar modelos que permitan incorporar cambios y validar el producto de manera incremental.